El Hijo de Dios se hizo presente entre nosotros; vino a las entrañas de Santa María donde tomó un cuerpo humano. Dice San Agustín que María tuvo primero al Hijo en su Corazón, antes que en su seno; sí lo anidó en el Centro de su ser, ¡tanto era su deseo de Dios! En su corazón se fraguaron los deseos de la humanidad en espera.
María acogió la esperanza y el grito del mundo: "¡Ven Señor, no tardes más!"
El Hijo de Dios vino y está viniendo a cada instante, principalmente y de un modo pleno en la Eucaristía, donde su presencia se nos hace íntima y donde nos llama a formar con Él un solo Cuerpo.
En Adviento avivamos también la espera de la manifestación gloriosa de Cristo al final de la historia, la Parusía. Y María que es el miembro inicial y perfecto de la Iglesia de la historia, hoy día ya glorificada representa el comienzo e imagen perfecta de la Iglesia futura, hasta que se cumpla el día de Señor.
El Concilio Vaticano II nos ha querido decir que con la
Asunción se ha iniciado ya la parusía de la
Iglesia, es decir, la manifestación del Cuerpo místico en su
realidad cumplida y perfecta.
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