Hemos
recibido el Espíritu Santo, de Cristo Resucitado. Él insufló sobre los
discípulos entregándoles al Consolador,
Espíritu divino, quien nos enseña lo que
nos cuesta captar de la vida y palabras de Jesús. Él nos va introduciendo en la verdad, no en teoría
sino como forma de existir, nos enseña a vivir en plenitud. En nuestro proceso
de maduración espiritual, nos acompaña como guía maternal, entregándonos dones
que nos ayudan a crecer aceptando y amando al Padre que nos reveló Jesucristo, y
acogiendo a nuestros hermanos como son, como viven, en sus diferencias. Él está
en lo más íntimo de nosotros mismos, más que nosotros mismos; es nuestro
Huésped, armonía, música y danza, Fuego interno que nos purifica y nos llena
de celo misionero. Él ordena nuestro
caos y con su Gracia produce armonía y creatividad en nuestro ser y actuar. ¿Podremos
ignorarlo?
Nos
habla, nos empuja a ser personas nuevas, bienaventuradas; sí, gozosas y agradecidas
por haber sido llamadas a existir y existir en plenitud impulsadas por su
Sabiduría.
El Espíritu nos invita a seguir el camino sellado en nuestro Bautismo, como respuesta al Amor que Dios nos tiene
EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO
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