Del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2018
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el
camino de la Iglesia, nuestra
madre y maestra, que además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece
en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el
ayuno.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a
descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto
desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de
vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de
los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los
demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este
propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios
a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2
Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos
organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por
dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas,
ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de
la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la
Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a
un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se
deja ganar por nadie en generosidad?
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y
constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite
experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen
el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu,
hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos
hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de
obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Francisco
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