La Ascensión
es como la despedida de un fundador, que deja a sus hijos la tarea de continuar
su obra, pero sin abandonarlos a su suerte, ya que sigue a su lado por la
presencia de su Espíritu. Cristo puede irse tranquilo, porque se han cumplido
las Escrituras sobre Él, y los discípulos comienzan a comprenderlo. Puede irse
tranquilo, no porque sus hombres sean unos héroes, sino porque su Espíritu los
acompañará siempre en su misión.
Una
consecuencia de la fiesta de la Ascensión es que ahora empieza el tiempo de la
Iglesia, el nuestro. Cristo marchó; ahora, sus discípulos, nosotros, tenemos
que hacerlo presente. El Señor se vale de nosotros para repetir sus palabras y
prolongar sus obras. Prestamos nuestros labios, pies, manos y corazón a Jesús,
para que él, en nosotros, siga bendiciendo, consolando, perdonando,
compartiendo, sirviendo...
Reflexión
orante.
¿Cómo
lo hacemos presente cada uno/a de nosotros? Busquemos nuestras respuestas:
¿Seguimos bendiciendo, consolando, perdonando, compartiendo, anunciando a
Jesús, sirviendo..?
Jesús inició
una tarea; nosotros tenemos que completarla. Se trata de extender el reino de
Dios, el gran objetivo de Jesús; de hacer posible el reino de la paz y del
amor, o sea, la fraternidad universal. Por eso, no es cuestión de quedarse
mirando al cielo, sino de inclinarse sobre las heridas y necesidades de la
tierra. Lo nuestro es «anunciar a los pobres la buena nueva, proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los
oprimidos y proclamar» la misericordia y la gracia del Señor. El Señor nos
envía a donde nos necesiten, donde haya un clamor, una injusticia, una soledad,
una tarea. Nos manda para que seamos instrumentos de su paz.
¿Trabajamos
por ser instrumentos de su paz? En el trabajo, en nuestros familias, dentro de
nosotros/as mismos, en nuestros pensamientos, emociones, sentimientos…Me
observo y me dejo mirar por Cristo con el fin de convertirme en instrumento de
su paz.
Resumiendo,
nuestra misión es ir, como Jesús, por el mundo «haciendo el bien», amando como
Jesús. La esperanza que nace de la Ascensión no nos ahorra los trabajos de esta
vida, tanto los del crecer constantemente en la vida cristiana y sus
compromisos como los que supone el peso de la existencia con todos sus
avatares; pero les da a todos ellos la categoría, repleta de segura esperanza,
de estar orientados hacia el Padre, de tal forma que vivir en cristiano es una constante ascensión.
Tomado de JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
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