Jesús nos ofrece
el Pan de la
Eucaristía.
Cada celebración de la Eucaristía es para nosotros un encuentro personal con Cristo. Al escuchar la palabra divina, el corazón arde porque es Él quien la explica y proclama, y cuando en la Eucaristía se parte el pan, es a Él a quien se recibe personalmente.
En la Eucaristía
experimentamos a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de nuestras vidas.
Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los
acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta,
entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan
que da la vida.
La misa dominical es
centro de la vida cristiana, de aquí la necesidad de valorizarla, de participar en ella activamente y, si es posible, mejor
con la familia.
De la Eucaristía ha brotado a lo
largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades
de los demás, de amor y de justicia.1
La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del
individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. Entonces
tendremos todos que preguntarnos ante el Señor: ¿cómo vivo la Eucaristía? ¿La
vivo en forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero
también con tantos hermanos y hermanas que necesitan de mi amor?
¿Me dejo transformar por Él?
¿Dejo que el Señor que se dona a mí, me
guíe para salir cada vez más de mi pequeño espacio y no tener miedo de donar,
de compartir, de amarlo a Él y a los demás?2
1.
cf. Documento de Aparecida
2.
cf. Misa de Corpus, Papa
Francisco.
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