“La paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de
volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el
pecado
que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y
de sus pies y en la herida
de su
costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre
cada vez que recibimos los sacramentos.
San Bernardo, en una bella homilía, dice: «A través de estas
hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de
pedernal (cf. Dt
32,13), es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor» (Sermón 61, 4 sobre el
Cantar).
Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón.
Tomás lo había
entendido.
El apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús resucitado.
Tomás
no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: «Hemos visto el Señor»; no le basta
la promesa de Jesús, que había
anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere
ver, quiere meter su mano en la
señal de los clavos y del costado.
¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia:
Jesús no abandona al terco Tomás en
su incredulidad; le da una semana de
tiempo, no le cierra la
puerta, espera.
Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: «Señor mío y Dios
mío»: con esta invocación simple, pero
llena de fe,
responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante
sí, en las heridas de las
manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la
confianza: es un hombre nuevo, ya no es
incrédulo sino creyente.”
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Papa Francisco, homilía domingo de la misericordia año 2016 en san Juan
de Letrán.
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