La Puerta de
la Fe (Porta Fidei)
Carta
apostólica del Sumo Pontífice Benedicto XVI con la que se convoca el Año de la fe.
“LA PUERTA DE LA FE” (Hech 14,27) está siempre abierta
para nosotros.
El Año de la fe es una invitación a una
auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo.
Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el
Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la
remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva
al hombre a una nueva vida.
Gracias a la
Fe esta vida nueva plasma toda la existencia
humana en la novedad radical de la resurrección.
En la medida
de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el
comportamiento de la persona se purifican y transforman lentamente, en un
proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida.
Redescubrir
los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y
reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo
creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
Los cristianos
en los primeros siglos aprendían de memoria el Credo. Este les servía como
oración cotidiana para no olvidar el
compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda en la entrega
del Credo, dice: El símbolo del
sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado
uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia,
nuestra madre, sobre la base inconmovible que es el Señor… Recibisteis y
recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón…
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la
duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la
otra seguir su camino.
El apóstol Santiago dice: « ¿De qué le sirve a uno,
hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa
fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y
alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen
obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo
obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la
fe”» (St 2, 14-18).
En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con
amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que
atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja
el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden
nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno
de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40)
Tu
testimonio de amor despertará la fe de otros.
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