El 11 de octubre se cumplieron 50 años
del inicio Concilio Vaticano II.
El Papa Juan
XXIII convocó el Concillo,
lo continuó y finalizó su sucesor Pablo VI
.
El Vaticano II impulsó grandes cambios en la Iglesia universal: por ej. el haber dado la posibilidad de
iglesias regionales: asiáticas, africanas,latinoamericanas...Fundamental fue el comprender que ella es una realidad
histórica. Si en otros tiempos se había subrayado la distinción y
separación entre la Iglesia y el mundo, el Concilio entendió lo contrario:
destacó que la Iglesia debe arraigar tan hondamente en la humanidad que
todo lo que acontezca en el mundo debe importarle como cosa propia.
¿En qué ha consistido la novedad de una Iglesia “latinoamericana”
propiciada por el Concilio? Los católicos latinoamericanos aparecieron
entre las demás iglesias como adultos. Lo que ha despuntado en 50 años es
una Iglesia que ha podido pensar por sí misma, sin tener ya que depender
intelectual y teológicamente de Europa.
La Iglesia latinoamericana puso a prueba la manera histórica de
auto-comprenderse “en” el mundo, en Medellín (CELAM 1968). En esta
conferencia episcopal, la Iglesia latinoamericana, más que aplicar el
Concilio, lo continuó. ¿Qué resultó? Una apertura a lo que estaba
ocurriendo en el continente, cuyo resultado fue encontrar que en “sus”
países la injusticia social constituía una “violencia institucionalizada”. La Iglesia entró en los conflictos de la
época y, en vista a su resolución, tomó partido por los pobres. Si hubiera
que poner un nombre a la recepción del Concilio hecha por la Iglesia en
América Latina éste sería sin lugar a dudas: opción de Dios por los pobres. Pues bien, esta convicción teológica ha pasado a configurar la
identidad de una Iglesia que se atrevió a amar al mundo como una dimensión
de sí misma.
La Iglesia latinoamericana se identificó con
los pobres y tal vez llegue a ser un día “la Iglesia de los pobres” (como
quiso Juan XXIII, Manuel Larraín y, aún antes, Alberto Hurtado). Lo que ha
estado en juego desde entonces, es que si esta Iglesia opta por los pobres,
los pobres han de ser en ella protagonistas y no personajes secundarios;
han de pesar, en consecuencia, en el modo de sentir, pensar y decidir en
las cuestiones eclesiales. Esta “Iglesia de los pobres”, en estos 50 años, ha sido a veces
una realidad y en algunos lugares de América Latina lo sigue siendo.
En las comunidades cristianas populares se ha dado un
fenómeno rara vez visto en la historia eclesial: personas que, sabiendo
apenas leer y escribir, con la Biblia en la mano, han comprendido su
existencia personal, social y política. Entre ellos se ha dado una
fervorosa conciencia de parecerse a los primeros cristianos que se reunían
en casas, y no en grandes templos, para celebrar la eucaristía. Entre estas
personas, en países centroamericanos, ha habido mártires como los hubo en
los primeros tiempos del cristianismo.
¿Una Iglesia “desde abajo”, una ilusión…? Esto es lo que ha despuntado en la
América Latina post-conciliar como lo más novedoso. Se ha asomado un
Iglesia inspirada en aquellas palabras revolucionarias de Jesús: “los
últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (cf. Mt 20,
1-16). ¿No podría haber una liturgia, una enseñanza moral y un derecho
canónico que extraigan su vitalidad de la experiencia de mundo de los
postergados, los abandonados, los desamparados, los fracasados y, para
colmo, frecuentemente tenidos por culpables siendo inocentes? La Iglesia
latinoamericana, en la medida que ha configurado su identidad original
optando por los pobres, no sólo asoma como adulta, sino que indica a las
otras iglesias qué sentido tiene el cristianismo.
La Iglesia necesita cambios. El Cardenal Martini, al momento de
su muerte, ha señalado que la Iglesia está atrasada 200 años. ¿No sería la
crisis actual la ocasión para que la Iglesia latinoamericana pida que los
cambios se hagan “desde los últimos”?
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Tomado de Jorge Costadoat, S.J. en Mirada Global.NOVEDAD E IMPACTO DEL VATICANO ii
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