Despertemos a una nueva consciencia
de la
presencia universal de Cristo en nuestras vidas,
El proceso de madurez en “estar
–con-Cristo” es algo que se descubre en el crecimiento propio de la persona humana.
Ser plenamente humano según Teilhard de Chardin es dejar lo que
es “meramente humano” y volver a la vida silvestre. Nos llama a dejar las
ciudades y encontrar los lugares selváticos desconocidos, volver a la materia,
encontrarnos donde el alma es más profunda y donde la materia es más densa; sentir
la plenitud de nuestros poderes de actuar y adorar sin esfuerzos, dentro de
nuestro ser más hondo (Teilhard de Chardin 1960, 115).
Siglos antes de
Teilhard, el teólogo franciscano Buenaventura escribió:
“Existes más verdaderamente donde amas y no donde solamente vives, porque estás transformado en la imagen de lo que amas por el poder del mismo amor” (Hayes 1999, 140). Ambos se dieron cuenta que el amor es la fuente y la meta del universo. Amamos para evolucionar, para profundizar nuestra humanidad, uniéndonos uno/a con el otro/a y con las criaturas de la Tierra. Según Teilhard, solamente el amor puede evolucionar el cosmos hacia la plenitud en Cristo. Pero, si fracasamos en percibir nuestra vocación de construir la Tierra – a adorar el Cristo vivo – entonces vamos a sufrir las consecuencias, como decía Buenaventura:
Luego, el
que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra, está ciego: el
que con tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por todos estos
efectos no alaba a Dios, ése está mudo; el que con tantos indicios no advierte
el primer Principio, ese tal es necio. Abre, pues, los ojos, acerca los oídos
espirituales. Despliega los labios y aplica tu corazón para en todas las
cosas ver, oír, alabar, amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no
sea que todo el mundo se levante contra ti. (San Buenaventura, Itinerario de la mente a
Dios)“Existes más verdaderamente donde amas y no donde solamente vives, porque estás transformado en la imagen de lo que amas por el poder del mismo amor” (Hayes 1999, 140). Ambos se dieron cuenta que el amor es la fuente y la meta del universo. Amamos para evolucionar, para profundizar nuestra humanidad, uniéndonos uno/a con el otro/a y con las criaturas de la Tierra. Según Teilhard, solamente el amor puede evolucionar el cosmos hacia la plenitud en Cristo. Pero, si fracasamos en percibir nuestra vocación de construir la Tierra – a adorar el Cristo vivo – entonces vamos a sufrir las consecuencias, como decía Buenaventura: