sábado, 15 de octubre de 2011

SANTA TERESA DE ÁVILA, MAESTRA DE ORACIÓN y DOCTORA DE LA IGLESIA.




Teresa de Cepeda y Ahumada nace en el año 1515 en Ávila, España. Emprendió a los cuarenta años la tarea de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada por Dios por medio de coloquios místicos, y la ayuda de San Juan de la Cruz, quien a su vez reformó la rama masculina de su Orden. Se trató de una misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como la suya. El primer convento del Carmelo reformado por ella, fue el monasterio de San José, fuera de las murallas de Ávila.

Maestra de místicos y directora de conciencias, tuvo contactos epistolares con el rey Felipe II de España y con los personajes más ilustres de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte económica, porque, como ella misma decía: “Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia”.

Por petición del confesor, Teresa escribió la historia de su vida, que es un libro de confesiones entre los más sinceros e impresionantes. En la introducción hace esta observación: “Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir mi modo de oración y las gracias que me ha concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y con claridad mis grandes pecados”.

Desde la niñez había manifestado un temperamento exuberante, y una contrastante tendencia a la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos veces se enfermó gravemente. Durante la enfermedad comenzó a vivir algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole la percepción de la presencia de Dios y la experiencia de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus libros: “El camino de la perfección”, “Pensamientos sobre el amor de Dios” y “El castillo interior”.

Murió en Alba de Tormes en la noche del 14 de octubre de 1582, y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI la proclamó Doctora de la Iglesia.

El mensaje que aportó Teresa a la Iglesia de su tiempo fue, principalmente, el de la imperiosa necesidad de orar, como camino para amar. En una atmósfera, no sólo poco propicia, sino hostil, cuando sólo el pensamiento de buscar la interioridad era peligroso, Teresa se convierte en una gran maestra de oración. Fue su gran divina intuición. Vivió en intimidad con Dios y nos legó esta amistad en sus palabras y en sus obras. La oración es importantísima, pero no lo es todo. El primado es del amor, pero sin oración el huerto no produce flores, es decir, ni amor ni valores humanos, ni virtudes evangélicas, y las bienaventuranzas sin oración yacen marchitas, heladas: «Que para esto es la oración, para que nazcan siempre obras, obras, obras». “No pongáis vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no procuráis virtudes y no hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas”.








POEMA “VIVO SIN VIVIR EN MÍ”

VIVO SIN VIVIR EN MÍ


Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

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