Señor, tu estuviste con los que murieron en el incendio de la cárcel de San Miguel; tú estabas en medio de ellos paseándote y dándoles el frescor de tu gracia, mejor que el ángel que en el horno ardiente, alentaba a Ananías, Azarías y Misael. (Dan 3, 91-95)
Estoy segura que no abandonaste a los que amas, a tus más pequeños, los privados de libertad, a quienes ya has cambiado su sufrimiento en gozo. Que sus familias sepan poner su corazón en esta nueva realidad.
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